Gilda Valdez Carbonaro en San Miguel de Allende, Mexico |
Pasé la época de mi niñez en Laredo, Texas, allí nací y allí viví hasta los diez y ocho años. En ese tiempo todavía no había muchas casas en esa zona de Laredo donde mi papá había construido la nuestra. Los campos estaban llenos de la flor de cebollín que me llegaba hasta las rodillas en la primavera, pero en el verano, el suelo polvoso se partía en ranuras que casi se tragaban hasta los lagartos que abundaban.
Esos campos abiertos eran el lienzo donde construía mis fantasías de muñecas bien vestidas y alimentadas. A las niñas de ese tiempo no se les compraba bloques de construcción como los famosos Legos de hoy en día que son unisexo. Pero igual, si me los hubieran comprado, hubiera construido mi casita de muñecas. Por cierto, mi casa de fantasía era primitiva, ruda, delineada con piedras acarreadas y amontonadas para marcar las paredes y con sábanas puestas sobre sillas para el techo.
Aquí, debajo de las sábanas viejas puestas como carpa les preparaba las comidas a mis muñecas, a veces era simplemente, uvas machacadas puestas en platitos de loza o pedazos de tortilla mojada en melaza de la marca Brer Rabbit que compraba mi mamá. La ropa de las muñecas estaba hecha de los retazos que le quedaban a mi mamá después de habernos hecho la ropa a mí y mis hermanas.
Todo eso parece ser parte de un sueño, tanto como la alegría de la llegada de un hijo muchos años después. En mis juegos de infancia había sentido el puro deleite de todo lo que iba a significar ser madre.
Yo sé que no es 'políticamente correcto' (como decimos aquí en este país) decir que es de nosotras las mujeres que viene el instinto de nutrir, de poner una mesa completa para nuestra familia. Y, de hecho, no lo voy a decir...porque hoy en día, la realidad es complicada. Lo importante es que en una familia, alguien...ya sea el padre o la madre se ocupe de reunir la familia a la mesa cada día, aunque sea para una comida sencilla pero siempre sana.
En mi caso, aunque he seguido muchos intereses en mi vida, y he llevado una carrera en lingüística y enseñanza de idiomas y cultura (recibí una maestría en lingüística de la Universidad de Georgetown en Washington DC y llevo más de treinta años de enseñar) no hay nada que haya tomado más prioridad en mi mi vida todos estos años como mi familia y nuestra mesa comunal.
Sin querer decir mucho aquí ni en este momento, diré que una tragedia personal muy dura me dio una claridad en cuanto a prioridades (si no la tenía ya) que la vida es especial y es corta, y que hay que vivirla bien, que la celebración del día no está en las posesiones sino en tomar el tiempo para reflexionar a través de tradiciones y rituales que rodean el acto de compartir el pan (¡o tortilla!) desde tiempos primordiales.